domingo, 23 de octubre de 2011

HISTORIA: LA BATALLA DE CAUC IV

La caballería encaró el camino a Cauc en lo que asemejaba a un desfile. Sus órdenes era tomar la ciudad si no separábamos nuestras fuerzas. No esperaban apenas resistencia. Al norte, a menos de un tiro de piedra del camino, los caballeros observaban a nuestros defensores del castillo de Liria, contemplándolos impotentes. Apenas eran quinientos, quizás seiscientos hombres. Poco tenían que hacer contra diez mil caballeros completamente pertrechados con armaduras compactas y lanzas de acero. Un jinete se levantó sobre su caballo para realizar un gesto de burla en el preciso instante en el que una flecha se le clavó en la axila que había dejado al descubierto. El soldado se desplomó contra el suelo ante la atónita mirada de sus compañeros. Como si se tratara de un resorte, todos ellos levantaron la vista hacía el horizonte y observaron en medio del camino a un imponente ejercito de infantes que vestían con mallas. Los oficiales empezaron a gritar frenéticamente a sus segundos y los caballos empezaron a apiñarse para iniciar un ataque. No se explicaban de dónde habían salido aquellos hombres de armas. Ninguno de sus exploradores había detectado que las tropas de la colina hubieran movido sus posiciones. Es más, al otro lado de la colina la lucha estaba siendo encarnizada según informaban los mensajeros. Aun así, poco pareció importarles, ningún hombre a pie era capaz de parar una embestida de caballería pesada. Los trompetas lanzaron al aire sus notas de guerra y las primeras líneas empezaron a acelerar. Los caballos jadeaban excitados al ser espoleados y los caballeros bajaron las viseras de sus yelmos. El secreto de una carga efectiva residía en permanecer lo más cerca posible de tu compañero sin romper la formación. Se decía que tenías que estar más unido al caballo de al lado que a tu madre en el día de tu alumbramiento. Los caballeros bajaron las lanzas. La velocidad del ataque se incrementaba por segundos y los jinetes empezaban a vislumbrar los rasgos atemorizados de aquellos hombres. De repente, la formación se rompió. Los caballos introdujeron sus patas en cientos de hoyos que habían sido cavados en el suelo. Sus patas se quebraron y los caballeros salieron volando por los aires para romperse la mayor parte de sus huesos al chocar contra el suelo. Pocos se levantaban tras el golpe y los que lo conseguían eran embestidos brutalmente por los caballos que continuaban galopando. La primera línea de ataque estaba completamente deshecha. Nuestros hombres aprovecharon para avanzar armados con enormes alabardas y espadas de dos manos, embistiendo contra los caballeros. Los hombres de armas rodeaban a los caballos que quedaban aislados y acababan a lanzazos con las pobres bestias. Una vez en el suelo, los jinetes eran acuchillados sin piedad. La segunda fila de caballeros tampoco pudo evitar el campo de agujeros e iban bordeando y saltando por encima de caballos y hombres agonizantes. La formación también se rompió, pero consiguió entretener a la infantería el suficiente tiempo para que el resto de la caballería los flanqueara y formaran ordenadamente frente a los infantes, que continuaban enzarzados en pleno combate. Las trompetas sonaron nuevamente y dos nuevas líneas de lanceros espolearon sus monturas con sed de venganza. Esta vez, nuestra infantería no pudo hacer nada y tuvo que retirarse en desbandada camino del castillo. Los caballeros los persiguieron ejecutándolos hasta que llegaron a una distancia de tiro de la artillería apostada en la fortaleza. Recibieron órdenes de los mariscales de interrumpir la marcha hacia Cauc y sitiar el castillo con el refuerzo de varias compañías de mercenarios. No querían tener a sus espaldas a dos o tres mil hombres que pudieran entorpecer sus futuras redes de abastecimiento. Tenían que expulsarlos del castillo a toda costa. A pesar de la masacre y la gran pérdida de vidas, nuestra estrategia había tenido éxito, la caballería había sufrido muchas pérdidas y se había desbaratado su ataque. Ahora se enfrascarían en un inútil asedio, mientras que la batalla se decidiría al otro lado de la colina

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