viernes, 9 de septiembre de 2011

HISTORIA: LA BATALLA DE CAUC I

La noche era fresca y apacible. Me encontraba de cuclillas, acariciando la humedad que atesoraba la hierba. Mañana a esta misma hora todo este bello tapiz estaría manchado por la sangre y los cuerpos de cientos de muchachos, mientras los carroñeros aprovecharían para darse un festín.
Eran muchas las batallas que tenía sobre mi conciencia y siempre que la ocasión me lo permitía me gustaba alejarme del campamento y otear el campo de batalla la noche previa al combate. Había escuchado a mis hombres murmurar al respecto, corría el rumor de que iba a rezarle a las Lunas rogándoles por la victoria. Otros decían que era para hechizar el campo de batalla con extraños rituales de magia oscura. E incluso los más prácticos creían que simplemente iba a revisar la estrategia de las tropas a pie de campo. Todos ellos se equivocaban. Simplemente huía del campamento, necesitaba escapar de aquel tumulto de hombres enfebrecidos ante la posibilidad de no gozar de la siguiente noche. Prefería estar solo con la mente en blanco observando el horizonte a mis pies, recordando una y otra vez los rostros de todas aquellas víctimas que habían caído bajo mi martillo de guerra. Los poetas nunca hablaban del vacío que experimenta el alma de un guerrero tras años de luchas y muertes a sus espaldas. No describen a los huérfanos, viudas, padres y madres que he dejado tras de mí.
Tras décadas de luchas fraticidas entre los distintos pueblos de Jorne, un formidable enemigo se había adentrado hasta el mismo corazón de nuestra tierra. El Septarca Bedlas II se había cansado de nuestra independencia. Sólo la oscura expectativa de una desaparición inminente había conseguido unirnos bajo el mismo estandarte. Su ejército era formidable, más de cincuenta mil hombres, la mayoría con cota de malla y entrenados para la batalla. Entre ellos, la caballería pesada, liderada por el mismísimo heredero del trono imperial.
Era probablemente el ejército más grandioso de todos a los que había tenido el honor de enfrentarme. A pesar de ello, no temía a la muerte, pero sí a la derrota. Un fracaso en el campo que se extendía a mis pies significaba el fin. No podía permitirlo, la vida de mi pueblo estaba en juego.
No llegábamos a treinta mil hombres, veinte mil infantes, dos mil arqueros y poco más de mil caballeros. Esto era todo lo que podíamos reunir los señores de Jorne. Nuestro pequeño ejército se había acantonado en una colina cerca de la ciudad de Cauc y me habían nombrado caudillo de las tropas puesto que era el señor de la guerra más respetado entre mis iguales.
Tras un buen rato en la colina, inmerso en mis pensamientos, volví al campamento. Me senté cerca de un fuego para observar a mis hombres. Muchos de ellos bebían o buscaban el afecto de alguna prostituta. Cada uno luchaba contra el miedo como podía, y eran  muchos los que simplemente se dejan llevar por sus instintos más primarios. Algunos rezaban y dormían como troncos. Otros, al contrario, lloraban y sufrían diarrea. La mayoría simplemente pasaban la noche hablando de los asuntos más banales. La música y las discusiones resonaban por todas las esquinas del campamento. Sólo deseaba que mis hombres disfrutaran de una noche de diversión antes de la batalla. 

1 comentario:

  1. Rápido, conciso y dinámico. Me gusta tu estilo muy a lo Asensi, si no te importan las comparaciones..... adelante queremos maaaaas!...

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